miércoles, noviembre 13, 2024
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La maquinaria Metallica tritura a 16.700 fans en Madrid

Casi seis años después de su última visita a España, Metallica regresaron en la noche de este sábado al antiguo Palacio de los Deportes de Madrid dentro de la gira de presentación de su décimo disco, Hardwired… To Self-Destruct. Y convirtieron al recinto capitalino en un templo del metal para éxtasis de los 16.700 entregados asistentes.

Con unos pocos minutos de retraso aparecían los miembros de la banda estadounidense por una puerta lateral de la pista del pabellón. A la carrera recorrieron el pasillo abierto entre el público hasta el escenario situado en el centro del pabellón mientras sonaba su clásica apertura, The ecstasy of gold, de Ennio Morricone, ampliamente coreada por los parroquianos.

Y tras unos breves segundos conteniendo el aliento, la maquinaria comienza a triturar con el puro thrash metal de Hardwired, canción a la que sigue la también reciente Atlas, Rise! antes de la explosión de Seek & Destroy. Un viejo clásico lanzado así de primeras y que pone al WiZink Center del revés cuando algunos aún estaban calentando.

Ya bien entrados en materia y con el enmarañado sonido inicial ya convenientemente ecualizado, se suceden Leper Messiah, Welcome home (sanitarium) y Now that we’re dead, esta última con un interludio de percusión en plan ‘mayumaná’ de los cuatro integrantes del grupo. Confusion prosigue la senda y For whom the bell tolls atrona con toda la épica del metal más clásico y expansivo con el bajista Cliff Burton siempre en el recuerdo 32 años después de su muerte.

Una de las canciones más convincentes de su último álbum, Halo on Fire, sirve para constatar por enésima vez la solvencia interpretativa de la banda, en buena forma a pesar de tener ya una trayectoria de 37 años. La portentosa batería de Lars Ulrich marca el ritmo perfectamente conectada a las musculosas líneas de bajo de Robert Trujillo, quien se entiende a la perfección con el vocalista y guitarrista James Hetfield y con el también guitarrista Kirk Hammett.

Con la partida ya ganada, ese entendimiento entre Trujillo y Hammett se manifiesta en un divertido guiño al tocar ambos una versión del Vamos muy bien de Obús. Clásico del heavy español que fue recibido primero con estupor y risas, pero que rápidamente se convirtió en uno de los momentos más coreados de la velada. No estaba muy ensayada, eso es verdad, pero el divertimento les quedó fresco y se agradece el gesto.

Vuelven a ponerse los cuatro manos a la obra con el Die, Die my darling de los Misfits en un acelerado pasaje que tiene continuidad con las llamaradas de Fuel y la soberbia Moth into flame, nueva canción que remite a los años dorados del grupo. Y ya desde aquí, cuesto abajo y sin frenos con enfáticas interpretaciones de grandes clásicos como Sad but true, One y Master of Puppets.

Los decibelios campan a sus anchas por el pabellón, los vúmetros se dislocan y los tímpanos explotan. El grupo se muestra distendido y compacto, perfectamente consciente de que esta partida al menos ya la tienen ganada. Hay naturalidad en el escenario, cualquiera diría que llevan toda la vida dedicándose a esto. Y por eso resultan convincentes, con las fisuras justas.

Los mensajes de agradecimiento por parte de la banda se suceden para fomentar eso de la ‘Metallica family’ que tanto les gusta. Y hay tiempo aún para un necesario bis con otra de sus mejores canciones recientes, Spit out the bone, aunque el gentío sabe perfectamente lo que espera, lo que quiere. Y lo quiere ya. Y lo tiene.

Primero con Nothing else matters, momento de abrazos, mucho teléfono móvil y contoneo relativamente suave hasta la eclosión del solo de Hammett. Tiene continuidad ese punto de altísima intensidad con el famoso fraseo de guitarra de Enter Sandman, recibido con jolgorio, algarabía y miles de gargantas rotas (¿importa eso acaso ahora mismo, en este preciso instante?).

Tiembla literalmente el pabellón con júbilo y gozo ante una de las canciones esenciales de la historia del metal en particular y del rock en general. Casi diríase que algunos están unos centímetros por encima del suelo, levitando ligeramente envueltos en cierto halo de inconsciencia. No se dan cuenta, pero hasta ese punto les ha llevado Metallica.

De ese calibre es el poder del grupo californiano, disfrutando actualmente de una envidiable segunda juventud, con un buen momento artístico apuntalado por un incontestable poder de convocatoria. Por eso las entradas para este concierto volaron al ponerse a la venta hace casi un año. Y por eso repiten en el WiZink Center este lunes. Y por eso llenarán también el miércoles el Palau Sant Jordi de Barcelona. Porque son Metallica y eso, a estas alturas de la película, es toda una garantía.

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